Por todos es sabido que Leonardo da Vinci, con su rostro arrugado y su larga barba blanca, era un genio; lo mismo te diseñaba una catapulta, que un prototipo de avión o un rizador de pestañas. Su talento y su curiosidad no tenían límites.
Ahora imaginémonos a Leonardo a la orilla del mar, concretamente en la bahía de Venecia, con la barbilla sobre el puño y frunciendo el ceño. Algo trama: con sus máquinas voladoras el florentino ha intentado llevar al hombre a los cielos, era cuestión de tiempo que las profundidades se convirtiesen en su siguiente objetivo.
El traje de buceo de Leonardo da Vinci no es lo que se dice bonito: a primera vista, nos recuerda a una especie de morador de las arenas especialmente siniestro.
Consistía en un amplio mono fabricado en cuero (quéjate ahora del neopreno…) que cubría también la cabeza a modo de capucha, con dos cristales integrados para facilitar la visión. De la parte superior sobresalía el equipo de respiración, consistente en dos cañas de bambú atadas con mucho arte a ambos lados de la cabeza. El aspecto final se parece a algo que se acaba de escapar del frenopático.
Pero ahora hablando en serio, el invento de Leonardo es excéntrico pero genial. Empecemos por el equipo de respiración, que podemos observar al detalle en la siguiente ilustración extraída del Códice Altlántico.
Como puedes ver, se trataba de dos flexibles cañas que partían de la boca del buceador y subían hasta la superficie, donde se mantenían a flote y protegidas del agua gracias a un ingenioso dispositivo en forma de campana, fabricado en corcho. Unos muelles de hierro evitaban que la presión aplastase las cañas, manteniendo así abiertas las vías de respiración sin perder ni un ápice de flexibilidad.
Este invento, por descacharrante que parezca, funciona.
El sistema de respiración contaba además con una misteriosa bolsa de cuero que pendía a la altura del cuello, donde supuestamente se almacenaba aire. A la cintura iban atados dos sacos de arena a modo de lastre, como vemos en el dibujo también extraído del Códice Atlántico.
Para controlar la flotabilidad, sobre el pecho del buceador se abría un gran depósito de aire que cumplía la función del jacket: cuando estaba lleno te mantenía a flote, y cuando se vaciaba, el peso de la arena te hacía descender. Sabemos además, aunque no lo veamos en ninguna ilustración, que Leonardo tuvo el detalle de incluir una botella para almacenar la orina. ¡Por estas cositas le consideramos un genio!
La serie “Da Vinci” también contaba con una serie de complementos, a saber:
Aletas modelo “Criatura del Pantano”: parecidas a las manoplas de aquagym que puedes encontrar en el Decathlon, estas aletas manuales poseían membranas interdigitales que facilitaban la propulsión, y además tenían la virtud de ser bastante espeluznantes. Leonardo era un fiel observador de la naturaleza, y aplicaba a sus inventos todas las lecciones que de ella aprendía.
Mascara modelo “Hellraiser”: capucha integral de cuero con pinchos de hierro, diseñada para asustar a posibles depredadores. Y a personas. Y a barcos. Y a todo lo que te encuentres por el camino, en realidad.
Super tubo de snorkel: en comparación con sus otros complementos, éste resulta hasta normal. Se trata del mismo dispositivo de respiración, pero simplificado. Una caña de bambú adaptada parte de la boca del buceador y sube a la superficie gracias a una pequeña arandela de corcho que lo mantiene a flote. Un aparato simple, sin complicaciones y fácil de guardar en la maleta cuando te vas de vacaciones.
Y hasta aquí la original aproximación al equipo autónomo de buceo de Leonardo da Vinci ¿Voluntarios para utilizarlo en su próxima inmersión?